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The Project Gutenberg EBook of La Divina Comedia, by Dante Alighieri
This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most
other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of
the Project Gutenberg License included with this eBook or online at
www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have
to check the laws of the country where you are located before using this ebook.
Title: La Divina Comedia
Author: Dante Alighieri
Translator: Manuel Aranda y Sanjuan
Release Date: June 10, 2018 [EBook #57303]
Language: Spanish
*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA DIVINA COMEDIA ***
Produced by Carlos Colón, The University of Toronto and
the Online Distributed Proofreading Team at
http://www.pgdp.net (This file was produced from images
generously made available by The Internet Archive)
Nota del Transcriptor:
Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original.
Errores obvios de imprenta han sido corregidos.
Páginas en blanco han sido eliminadas.
Letras itálicas son denotadas con _líneas_.
Letras oscuras son denotadas con =signos de igual=.
Las versalitas (letras mayúsculas de tamaño igual a las minúsculas)
han sido sustituidas por letras mayúsculas de tamaño normal.
_LA DIVINA COMEDIA_
_DANTE ALIGHIERI_
_La Divina Comedia_
[Ilustración]
_Universidad Nacional
de México._
1921
[Ilustración]
"_LA COMMEDIA_"
¿Que es pues la Comedia? La edad medieval realizada como arte, a pesar
del autor y de los contemporáneos. ¡Y notad qué cosa tan grande es
ésta! La edad media no era un mundo artístico, antes lo contrario del
arte. La religión era misticismo; la filosofía, escolástica. La primera
excomulgaba el arte, quemaba las imágenes, avezaba a los espíritus a
desasirse de lo real. La otra vivía de abstracciones y de fórmulas y
de citas, aguzando el entendimiento y llevándole a sutilizar acerca
de los nombres y de los vacuas generalidades llamadas _esencias_. Los
espíritus eran atraídos hacia lo general, más dispuestos a idealizar
que a realizar: y esto es precisamente lo contrario del arte. En los
poetas sencillos hallamos la realidad tosca e informe, como en los
misterios, en las visiones y en las leyendas. En los poetas doctos
encontramos una forma crudamente didascálica o figurativa y alegórica.
El arte no había nacido aún. Existía la imagen; pero no la realidad con
su libertad y carácter.
Dante toma de los misterios la comedia del alma y hace de esta historia
el centro de una visión suya del otro mundo. Toda esta representación
no es más que sentido literal; la visión es alegórica, los personajes
son imágenes y no personas; todo lo que es activo en su espíritu lo
lleva hacia la figura y no hacia lo figurado. Su naturaleza poética,
arrastrada a pesar suyo a las abstracciones teológicas y escolásticas,
se rebela y puebla su cerebro de fantasmas, obligándolo a concretar,
a materializar y a dar forma a lo que es más espiritual e impalpable,
aún a Dios mismo. Aquel mundo literal lo hechiza, lo persigue, lo
asedia y no descansa hasta que recibe de él su forma definitiva; y ya
no es letra, sino espíritu; ya no es imagen, sino realidad; un mundo
en sí cabal e inteligible, perfectamente realizado. Visión y alegoría,
tratado o leyenda, crónicas, historias, loores, himnos, misticismo y
escolástica, todas las formas literarias y toda la cultura de la época
están aquí encerradas y animadas en este gran misterio del alma y de la
humanidad: poema universal en que se reflejan todos los pueblos y todos
los siglos que constituyen la edad media.
Más este mundo artístico, nacido de una contradicción entre la
intención del poeta y su obra, no es acabadamente armónico, no es
poesía pura. La falsa conciencia poética perturba la obra de aquella
espontaneidad genial, y pone en ella un no sé qué de inseguro y de
no acabado, una mezcla y crudeza de colores. El pensamiento, en su
desnudez escolástica; o exornado con imágenes que sin embargo no bastan
a vencer su abstracción, tiene demasiada importancia. Sus figuras
alegóricas recuerdan en ocasiones a los monstruos orientales más que
a la serena belleza griega: lo mismo las entidades abstractas que los
personajes conscientes y libres. A menudo, preocupado por el segundo
sentido que tiene en mientes, agrega pormenores extraños a la imagen,
lo que perturba y distrae al lector, interrumpiéndole el libre vuelo
de la fantasía. La presencia constante de otro sentido que aligera
la representación y a veces la penetra, menoscaba la claridad y la
armonía. Aún el estilo, enmarañado de cuando en cuando con asuntos
lejanos y sutiles pierde su claridad y se torna confuso y turbio. No es
un templo griego sino una catedral gótica, llena de vastas sombras, en
donde pugnan elementos contrarios, que no han sido bien armonizados. A
veces es tosco; otras, delicado. En ocasiones, poeta docto y en otras,
popular. Ora pierde de vista a la verdad y se entrega a sutilezas, ora
la intuye rápidamente y la expresa con sencillez. Ya es un cronista
burdo, ya un pintor acabado. Cuándo se pierde en cuestiones abstractas;
cuándo, en medio de ellas, hace germinar la vida. Aquí desciende
a cosas pueriles, allá se remonta a excelsitudes sobrehumanas. Al
ocuparse en un silogismo brilla la luz de una imagen; mientras
teologiza estalla la flama del sentimiento. En ratos os halláis ante
una fría alegoría y repentinamente sentís a la carne estremecerse con
ella. Su credulidad nos hace hoy sonreír; luego su audacia nos llenará
de asombro. Fué un pequeño mundo donde se reflejaba toda la existencia
de entonces.
Los elementos contrarios que fermentaban en una sociedad en estado
aún de formación contendían en él, sin que se diera cuenta de ello.
Si miráis sus aspiraciones encontraréis que en ellas todo es armonía.
Filósofo, piensa en el reino de la ciencia y de la virtud; cristiano,
contempla el reino de Dios; patriota, suspira por el reino de la
justicia y de la paz; poeta, sueña una forma toda luz, proporción y
armonía, _lo bello stile_; su autor es Virgilio. Mientras más grande
era la barbarie y la ignorancia, mayor su aspiración hacia un mundo
armónico y concorde. Mas el poeta se halla rodeado por esta burda
realidad, por esas formas discordes; se apesadumbra y le falta la
serenidad del artista y saca de su fantasía un mundo del arte, en gran
parte realizado, pero donde se encuentra aún las asperezas de una
materia domeñada imperfectamente.
* * * * *
Penetremos en este mundo, mirémoslo e interroguémoslo. Porque un
argumento no es _tabula rasa_, donde podamos escribir a nuestro antojo,
sino mármol entallado, que tiene en sí mismo su concepto y las leyes
de su desarrollo. La virtud mayor del genio consiste en entender su
argumento, ser uno con él, apartando todo lo que le sea extraño. Es
necesario apasionarse por él, vivir dentro de él, constituirse en
su alma o su conciencia. De modo semejante el crítico en lugar de
imponerse reglas abstractas y juzgar con el mismo criterio la _Comedia_
y la _Ilíada_, la _Gerusalemme_ y el _Orlando Furioso_, debe estudiar
el mundo creado por el poeta, interrogarlo, indagar su naturaleza que
contiene forzosamente su poética o sean las leyes orgánicas de su
formación, su concepto, su forma, su génesis, su estilo. ¿Qué cosa es
el otro mundo?
Es el problema del destino humano resuelto, la explicación del misterio
del alma, el fin de la historia del hombre, el mundo perfecto, lo
eterno presente, la inmutable necesidad. En la naturaleza ya no ocurre
el accidente; en el hombre ya no hay libertad. La naturaleza está
predeterminada y fijada por una lógica preconcebida según la idea
moral. Lo real y lo ideal se vuelven idénticos; la apariencia y la
sustancia son una misma cosa. El hombre ya no tiene libre albedrío:
está ahí fijo e inmóvil como la naturaleza. Toda acción ha cesado;
se ha roto todo vínculo que une a los hombres en la tierra; patria,
familia, riquezas, dignidad, costumbres. No existe sucesión ni
desenvolvimiento, ni principio, ni fin; falta la narración, el drama.
El individuo desaparece en el género. El carácter, la personalidad
no tiene modo de manifestarse. Eterno dolor, gozo eterno, sin eco,
sin variación, sin contraste ni grado. No hay epopeya porque falta
la acción; no hay drama porque falta la libertad; la lírica es la
inmutable y monótona expresión de una sola aria; queda la existencia en
su inmóvil manera de ser, la descripción de la naturaleza y del hombre.
¿Qué cosa es, pues, el otro mundo--con relación al arte? Visión,
contemplación, descripción: una historia natural.
Más en esta visión penetra la leyenda o el misterio porque dentro está
representada la comedia o redención del alma en su peregrinaje desde
lo humano a lo divino, _da Fiorenza in popol giusto e sano_. Tiene
pues la apariencia de un drama que se desarrolla en el otro mundo, y
sus actores son Dante, Virgilio, Catón, Estacio, el demonio, Matilde,
Beatriz, San Pedro, San Bernardo, la Virgen, Dios; drama alegórico como
lo es la comedia del alma, _Commedia dell'anima_. Digo _apariencia
de un drama_, porque la santificación no nace del obrar sino del
contemplar, y Dante contempla, no obra, y los otros adoctrinan,
enseñan. El drama, en consecuencia, se desvanece en la contemplación.
Así concebido, este mundo era el de los misterios y las leyendas y
se convertía en mundo teológico-escolástico en manos de los doctos.
Dante lo ha realizado, lo ha hecho existir en el arte; ha creado esa
naturaleza y ese hombre. Y si su mundo no es perfectamente artístico,
la falta no es de él sino que aquel mundo en donde el hombre es
naturaleza y la naturaleza, ciencia, y del cual se ha desterrado a lo
accidental y a la libertad, los dos grandes factores de la vida real y
del arte.
Si Dante hubiera sido fraile o filósofo, apartado de la vida real, se
habría encerrado en esas formas y en esa alegoría sin salir de ellas.
Mas Dante, al entrar en el reino de los muertos lleva consigo todas
las pasiones de los vivos, y las preocupaciones terrenas. Descuida
ser un símbolo o una figura alegórica, y es Dante, la más potente
individualidad de aquel tiempo, en la cual está compendiada toda la
vida de la época, con sus abstracciones, sus éxtasis, sus pasiones
impetuosas, su refinamiento y su barbarie. A la vista de un ser
viviente y al oír sus palabras, las almas renacen por un instante,
sienten de nuevo la antigua vida, se tornan hombres; en lo eterno
vuelve a aparecer el tiempo; en el seno de lo porvenir, vive y se
mueve Italia, y más bien aún, la Europa de aquel siglo. Así la poesía
abarca toda la vida, cielo y tierra, tiempo y eternidad, lo humano y
lo divino; y el poema sobrenatural conviértese en humano y terreno, con
la marca del hombre y del tiempo. Reaparece la naturaleza terrenal como
oposición o parangón o remembranza. Reaparece el accidente y el tiempo,
la historia y la sociedad en su vida exterior e interna; apunta la
tradición virgiliana con Roma por capital del mundo y con la monarquía
preestablecida; y dentro de este marco magnífico, pasa ante nuestros
ojos la historia de la época: Bonifacio VIII, Roberto, Felipe el
hermoso, Carlos de Valois, los Cerchi y los Donati, la nueva Florencia
y la antigua, la historia de Italia, y la historia de Dante, sus iras,
sus odios, sus venganzas, sus amores, sus predilecciones.
Así se integra la vida; el otro mundo sale de su abstracción doctrinal
y mística; cielo y tierra se confunden; síntesis viviente de esta
inmensa comprensión, Dante es espectador, actor y juez. La vida,
contemplada desde el otro mundo adquiere nuevas actitudes, sensaciones
e impresiones. El otro mundo visto desde la tierra, se reviste de sus
pasiones e intereses. Y resulta de todo una concepción originalísima,
una naturaleza nueva y un hombre nuevo. Son dos mundos omnipresentes,
en reciprocidad de acción, que se suceden, se alternan, se cruzan,
se compenetran, se explican y se iluminan mutuamente, en perpetua
vuelta. Su unidad no reside en un protagonista, ni en una acción, ni
en un fin abstracto y extraño a la materia; está en la misma materia;
unidad interior e impersonal, viviente, indivisible; unidad orgánica
cuyos instantes se suceden en el espíritu del poeta, no como agregación
mecánica de partes separables, sino compenetrados e identificados
como en la vida. Esta unidad enérgica y armoniosa se halla en la
naturaleza misma de los dos mundos, materialmente diversos, pero que
no constituyen sino una misma cosa en la unidad de la conciencia.
Cielo y tierra son términos correlativos; no es posible el uno sin el
otro. Lo puramente real y lo puramente ideal son dos abstracciones;
cada cosa real lleva consigo su ideal; todo hombre porta su infierno y
su paraíso; todo hombre encierra en su pecho a los dioses del Olimpo:
el escéptico puede negar el infierno, pero no suprimir la conciencia.
Puesto que estos dos mundos son la vida misma en sus dos aspectos, en
el seno de esta unidad se desenvuelve el dualismo más vivaz, mejor
dicho, antagonismo: el otro mundo hace de los cuerpos sombras; sombras
son los afectos, las grandezas y las pompas; mas en esas sombras aún
se estremece la carne, se agita el deseo, resuenan las imprecaciones
terrenales que llegan hasta la tranquila bóveda del cielo. Los hombres
con sus pasiones, vicios y virtudes quedan eternizados como estatuas,
en la misma actitud y expresión de odio, de desdén y de amor en que han
sido sorprendidos por el artista; pero mientras el otro mundo hace de
la tierra algo eterno, transportándola a su centro y poniéndole delante
la imagen de lo infinito, descubre lo vano y la nada; los hombres son
los mismos en un escenario distinto, que es su ironía. Esta unidad y
dualidad que salen del fondo mismo de la situación brilla a la luz
del día en las más variadas formas; a veces en un apóstrofe, en un
discurso, en un gesto, en una acción; ya en la naturaleza, ya en el
hombre; en esta unidad queda comprendida la mayor variedad, y no es
fácil encontrar una obra artística cuyos límites sean tan precisos y
tan vastos. Nada hay en el argumento que constriña al poeta a preferir
a tal personaje, a cierta época o acción; él escoge toda la historia,
todos los aspectos bajo los cuales aparece la humanidad; y puede
abandonarse libremente a sus iras y opiniones e intercalar en el plan
general fines particulares sin que la unidad se dañe. Todo esto da a su
universo una acabada realidad poética, y es patente en la permanente
unidad, todo lo que surge del ser humano, del libre albedrío y de lo
casual y el moverse con vario juego todos los contrastes y lo necesario
unido con el libre albedrío y el destino con la casualidad.
En resumen, ¿qué clase de poesía es ésta? contiene materia épica y no
es epopeya; hay una situación lírica y no es lírica; posee una trama
dramática y no es drama. Trátase de una de aquellas construcciones
gigantescas y primitivas, verdaderas enciclopedias, biblias nacionales;
no de un género más bien que de otro, sino de un todo que contiene en
embrión toda la materia y todas las formas poéticas, el germen de todo
desarrollo ulterior. Por lo tanto ningún género de poesía sobresale
y es explicado; el uno entra en el otro y se perfecciona en él de la
misma manera que los dos mundos se identifican y no se puede decir:
aquí está uno de ellos y allá el otro; así los diversos géneros están
unidos de manera que nadie puede señalar los confines que los dividen y
aún menos decir: esto es absolutamente épico y esto, dramático.
Es el contenido universal del cual todas las poesías no son más que
fragmentos; el _poema sacro_; la eterna geometría y la eterna lógica
de la creación encarnada en los tres mundos cristianos; la ciudad de
Dios, en la que se refleja la ciudad del hombre con toda su realidad de
determinado lugar y época; la esfera inmóvil del mundo teológico, en la
cual alientan tempestuosamente todas las pasiones humanas.
La idea que anima esta vasta construcción y le infunde vida y la
desarrolla, es el concepto de la salvación, el camino que lleva al alma
del mal al bien, del error a la verdad, de la anarquía a la ley, de
lo múltiple a lo uno. Es el concepto cristiano y moderno de la unidad
de Dios sustituída a la pluralidad pagana. Si este concepto fuera
solamente algo exterior, explicado en su abstracción doctrinal, como
pensamiento, o presentado en forma alegórica, la imagen no bastaría
para engendrar una obra de arte. Pero el concepto no es sólo externo
sino interno; no es únicamente del significado y la ciencia de aquel
mundo, obra de filósofo y de crítico, sino principio activo, como en
el hombre y en la naturaleza, que construye y forma ese mundo y le da
una historia y un desarrollo. Este principio activo puede llamarse
en su abstracción lo verdadero o el bien, o la virtud, o la ley;
como realidad viva y activa es el espíritu, que tiene por contrario
a la materia o la carne, donde se halla como en prisión o como en
un _vasello_ de donde se esfuerza por salir. Así, pues, la vida es
un antagonismo, una batalla entre el espíritu y la carne, entre Dios
y el demonio. Su historia es la victoria progresiva del espíritu, su
conciencia y albedrío, bajo las formas en que vive sutilizándose,
descorporificándose, idealizándose hasta Dios, espíritu absoluto,
la Verdad, la Bondad, la Unidad, el último Ideal. La concepción
dantesca, el espíritu que anima su mundo es, pues, la progresiva
disolución de las formas, un constante ascender desde la carne al
espíritu, la emancipación de la materia y del sentido mediante la
expiación y el dolor, el choque entre lo satánico y lo divino, el
infierno y el paraíso. Homero transporta a los dioses a la tierra
y los materializa; Dante transporta a los hombres al otro mundo y
los espiritualiza. La materia no es más que apariencia; lo que sólo
existe es el espíritu; los hombres son sombras; las acciones humanas
se reproducen como fantasmas en el dominio de la memoria; la tierra
misma es un recuerdo que fluctúa como una visión; lo real, lo presente
es el espíritu infinito; todo lo demás es _vanita che par persona_.
Todo se va acrisolando progresivamente; el velo se torna cada vez más
transparente; el _Infierno_ es la sede de la materia, el dominio de
la carne y del pecado; lo terrenal no solamente es remembranza sino
presente; el castigo no logra modificar los caracteres y las pasiones;
el pecado y lo terreno se perpetúan en el otro mundo y se inmovilizan
en esas almas incapaces de arrepentimiento; pecado eterno, pena eterna.
En el _Purgatorio_ cesan las tinieblas y brilla el sol, la luz de la
inteligencia, el espíritu; lo mundano es un penoso recuerdo que el
penitente procura olvidar; y el espíritu, separándose de lo corpóreo,
tiende a la completa posesión de sí, a la salvación. En el _Paraíso_
la persona humana desaparece y todas las formas se desvanecen y se
elevan en la luz; a medida que se asciende, y mientras más se idealiza
esta gloriosa transfiguración hasta llegar a la presencia de Dios,
el espíritu absoluto, la forma se desvanece y no persiste más que el
sentimiento:
_....Tutta cessa
Mia visione, ed ancor mi distilla
Nel cuor lo dolce che nacque da essa.
Cosi la neve al sol si disigilla;
Cosi al vento nelle foglie lievi
Si perdea la sentenzia di Sibilla._
Este concepto comprende todo lo que se puede saber y toda la historia;
no sólo construye y desarrolla el mundo dantesco sino que lo halláis
siempre vivo en el camino intelectual e histórico de la vida, bajo
todas las formas, en todos los problemas que se presentan al poeta,
en religión, en filosofía, en política, en moral; y así se concreta y
cumple en todas las direcciones de la vida. En religión, es el camino
de la letra al espíritu, del símbolo a la idea, del Viejo al Nuevo
Testamento; en la ciencia, el tránsito de la ignorancia y del error a
la religión y de la razón a la revelación; en moral, el paso del mal
al bien, del odio al amor mediante la expiación; en política, la senda
que conduce de la anarquía a la unidad. Sometido a las condiciones de
espacio y de tiempo, vuélvese historia; tal hombre, tal pueblo, tal
siglo. En religión, está ante la Iglesia Romana, ante el papado, que
el poeta quiere emancipar de los intereses y pasiones terrenales y
retornar a su fin espiritual; en filosofía, encuentra la ciencia vulgar
y la ciencia de la verdad en el paraíso; en moral, os halláis delante
de las pasiones, las discordias, las culpas y los vicios de la edad
bárbara de la cual os sentís poco a poco alejados en vuestro camino
hacia el sumo bien; en política, es la Italia anárquica y ensangrentada
que el poeta aspira a traer a la paz y concordia en la unidad del
imperio. De este modo un mismo concepto anima el todo, en la forma, en
el pensamiento y en la historia. Pero comprensión más vasta y concorde
no había salido jamás de mente humana. Algunos encuentran en la
_Comedia_ el otro mundo, considerando lo demás como una intrusión, casi
como una profanación; Edgard Quinet se siente _choqué_ de ver como las
pasiones del poeta le siguen hasta el paraíso; otros descubren en él un
mundo político que no es más que una representación figurada. Llaman
a este poema _religioso_ o _político_, _didascálico_ o _moral_; lo
reducen a querellas de católicos y protestantes, a disputas de güelfos
y gibelinos. No miran desde la cumbre del monte sino desde la llanura y
toman por el todo lo que encuentran en la línea recta del camino. Cada
uno se forja un pequeño mundo y dice: este es el mundo de Dante. Y el
mundo de Dante contiene en sí todos esos mundos. Es el mundo universal
de la edad media realizado en el arte.
_FRANCESCO DE SANCTIS._
(Tomado de la _STORIA DELLA LETTERATURA ITALIANA_, Volume I.)
_INFIERNO_
[Ilustración]
_CANTO PRIMERO_
A la mitad del viaje de nuestra vida me encontré en una selva obscura,
por haberme apartado del camino recto. ¡Ah! Cuán penoso me sería
decir lo salvaje, áspera y espesa que era esta selva, cuyo recuerdo
renueva mi pavor, pavor tan amargo, que la muerte no lo es tanto. Pero
antes de hablar del bien que allí encontré, revelaré las demás cosas
que he visto. No sé decir fijamente cómo entré allí; tan adormecido
estaba cuando abandoné el verdadero camino. Pero al llegar al pie de
una cuesta, donde terminaba el valle que me había llenado de miedo el
corazón, miré hacia arriba, y vi su cima revestida ya de los rayos del
planeta que nos guía con seguridad por todos los senderos. Entonces
se calmó algún tanto el miedo que había permanecido en el lago de mi
corazón durante la noche que pasé con tanta angustia; y del mismo modo
que aquel que, saliendo anhelante fuera del piélago, al llegar a la
playa, se vuelve hacia las ondas peligrosas y las contempla, así mi
espíritu, fugitivo aún, se volvió hacia atrás para mirar el lugar de
que no salió nunca nadie vivo. Después de haber dado algún reposo a mi
fatigado cuerpo, continué subiendo por la solitaria playa, procurando
afirmar siempre aquel de mis pies que estuviera más bajo. Al principio
de la cuesta, aparecióseme una pantera ágil, de rápidos movimientos
y cubierta de manchada piel. No se separaba de mi vista, sino que
interceptaba de tal modo mi camino, que me volví muchas veces para
retroceder. Era a tiempo que apuntaba el día, y el sol subía rodeado de
aquellas estrellas que estaban con él cuando el amor divino imprimió el
primer movimiento a todas las cosas bellas. Hora y estación tan dulces
me daban motivo para augurar bien de aquella fiera de pintada piel.
Pero no tanto que no me infundiera terror el aspecto de un león que a
su vez se me apareció: figuróseme que venía contra mí, con la cabeza
alta y con un hambre tan rabiosa, que hasta el aire parecía temerle.
Siguió a éste una loba que, en medio de su demacración, parecía cargada
de deseos; loba que ha obligado a vivir miserable a mucha gente. El
fuego que despedían sus ojos me causó tal turbación, que perdí la
esperanza de llegar a la cima. Y así como el que gustoso atesora y se
entristece y llora con todos sus pensamientos cuando llega el momento
en que sufre una pérdida, así me hizo padecer aquella inquieta fiera,
que, viniendo a mi encuentro, poco a poco me repelía hacia donde el sol
se calla. Mientras yo retrocedía hacia el valle, se presentó a mi vista
uno, que por su prolongado silencio parecía mudo. Cuando le vi en aquel
gran desierto:
--Piedad de mí--le grité--quienquiera que seas, sombra u hombre
verdadero.
Respondióme:
No soy ya hombre, pero lo he sido; mis padres fueron lombardos y ambos
tuvieron a Mantua por patria. Nací "sub Julio," aunque algo tarde,
y vi a Roma bajo el mando del buen Augusto en tiempo de los dioses
falsos y engañosos. Poeta fuí, y canté a aquel justo hijo de Anquises,
que volvió de Troya después del incendio de la soberbia Ilión. Pero,
¿por qué te entregas de nuevo a tu aflicción? ¿Por qué no asciendes al
delicioso monte, que es causa y principio de todo goce?
--¡Oh! ¿Eres tú aquel Virgilio, aquella fuente que derrama tan ancho
raudal de elocuencia?--le respondí ruboroso. ¡Ah!, ¡honor y antorcha
de los demás poetas! Válganme para contigo el prolongado estudio y el
grande amor con que he leído y meditado tu obra. Tú eres mi maestro y
mi autor predilecto; tú solo eres aquél de quien he imitado el bello
estilo que me ha dado tanto honor. Mira esa fiera debido a la cual
retrocedía; líbrame de ella, famoso sabio, porque a su aspecto se
estremecen mis venas y late con precipitación mi pulso.
--Te conviene seguir otra ruta--respondió al verme llorar--, si quieres
huír de este sitio salvaje; porque esa fiera que te hace prorrumpir
en tales lamentaciones no deja pasar a nadie por su camino, sino que
se opone a ello matando al que a tanto se atreve. Su instinto es tan
malvado y cruel, que nunca ve satisfechos sus ambiciosos deseos, y
después de comer tiene más hambre que antes. Muchos son los animales
a quienes se une, y serán aun muchos más hasta que venga el Lebrel[1]
y la haga morir entre dolores. Este no se alimentará de tierra ni de
peltre, sino de sabiduría, de amor y de virtud, y su patria estará
entre Feltro y Feltro. Será la salvación de esta humilde Italia, por
quien murieron de sus heridas la virgen Camila, Euríalo y Turno y Niso.
Perseguirá a la loba de ciudad en ciudad hasta que la haya arrojado en
el infierno, de donde en otro tiempo la hizo salir la envidia. Ahora,
por tu bien, pienso y veo claramente que debes seguirme: yo seré tu
guía, y te sacaré de aquí para llevarte a un lugar eterno, donde oirás
aullidos desesperados; verás los espíritus dolientes de los antiguos
condenados, que llaman a gritos a la segunda muerte; verás también a
los que están contentos entre las llamas, porque esperan, cuando llegue
la ocasión, tener un puesto entre los bienaventurados. Si quieres, en
seguida, subir hasta ellos, te acompañará en este viaje un alma más
digna que yo, te dejaré con ella cuando yo parta; pues el Emperador que
reina en las alturas no quiere que por mediación mía se entre en su
ciudad, porque fuí rebelde a su ley. El impera en todas partes y reina
arriba; arriba está su ciudad y su alto solio: ¡Oh! ¡Feliz el elegido
para su reino!
[1] Can Grande della Scala, señor de Verona y bienhechor de
Dante.
Y yo le contesté:
--Poeta, te requiero por ese Dios a quien no has conocido, que me hagas
huír de este mal y de otro peor; condúceme adonde has dicho, para que
yo vea la puerta de San Pedro y a los que, según dices, están tan
desolados.
Entonces se puso en marcha, y yo seguí tras él.
[Ilustración]
[Ilustración]
_CANTO SEGUNDO_
El día terminaba; la atmósfera obscura de la noche invitaba a descansar
de sus fatigas a los seres animados que existen sobre la tierra, y yo
solo me preparaba a sostener los combates del camino y de las cosas
dignas de compasión, que mi memoria trazará sin equivocarse. ¡Oh
Musas!, ¡oh alto ingenio!, venid en mi ayuda: ¡oh mente, que escribiste
lo que ví!, ahora aparecerá tu nobleza.
Yo comencé:
--Poeta, que me guías, mira si mi virtud es bastante fuerte antes de
aventurarme en tan profundo viaje. Tú dices que el padre de Silvio,
aun corruptible, pasó al siglo inmortal y pasó sensiblemente. Si el
adversario de todo mal le fué favorable, debióse a los grandes efectos
que de él debían sobrevenir; y el por qué no parece injusto a un hombre
de talento; pues en el Empíreo fué elegido para ser el padre de la
fecunda Roma y de su imperio: el uno y la otra, a decir verdad, fueron
establecidos en favor del sitio santo en donde reside el sucesor del
gran Pedro. Durante este viaje, por el que le elogias, oyó cosas que
presagiaron su victoria y el manto papal. Después el Vaso de elección
fué transportado hasta el cielo para dar más firmeza a la fe, que es
el principio del camino de la salvación. Pero yo ¿por qué he de ir?,
¿quién me lo permite? Yo no soy Eneas, ni San Pablo: ante nadie, ni
ante mí mismo, me creo digno de tal honor. Porque si me lanzo a tal
empresa, temo por mi loco empeño. Puesto que eres sabio, comprenderás
las razones que me callo.
Y como aquel que no quiere ya lo que quería, y asaltado de una nueva
idea, cambia de parecer, de suerte que abandona todo lo que había
comenzado, así me sucedía en aquella obscura cuesta; porque, a fuerza
de pensar, abandoné la empresa que había empezado con tanto ardor.
--Si he comprendido bien tus palabras--respondió aquella sombra
magnánima--, tu alma está traspasada de espanto, el cual se apodera
frecuentemente del hombre, y tanto, que le retrae de una empresa
honrosa, como una vana sombra hace a veces retroceder a una fiera,
cuando se introduce en la obscuridad. Para librarte de ese temor, te
diré por qué he venido, y lo que vi en el primer momento en que me
moviste a compasión. Yo estaba entre los que se hallan en suspenso,
y me llamó una dama tan bienaventurada y tan bella, que le rogué me
diera sus órdenes. Brillaban sus ojos más que la estrella, y empezó a
decirme con voz angelical, en su lengua: "¡Oh alma cortés Mantuana,
cuya fama dura aún en el mundo y durará mientras su movimiento se
prolongue! Mi amigo, que no lo es de la ventura, se ve tan embarazado
en la playa desierta, que en medio del camino el miedo le ha hecho
retroceder; y temo (por lo que he oído de él en el Cielo) que se haya
extraviado ya, y que yo haya acudido tarde en su socorro. Vé, pues, y
con tus elocuentes palabras, y con lo que se necesita para sacarle de
su apuro, auxíliale tan bien, que yo quede consolada. Yo soy Beatriz,
la que te hace marchar; vengo de un sitio adonde deseo volver: amor
me impele, y es el que me hace hablar. Cuando vuelva a estar delante
de mi Señor, le hablaré de ti bien y con frecuencia." Calló entonces,
y yo repuse: "¡Oh mujer de virtud única, por quien la especie humana
excede en dignidad a todos los seres contenidos bajo aquel Cielo que
tiene los círculos más pequeños! Tanto me place tu orden, que si ya
te hubiera obedecido, creería haber tardado: no tienes necesidad de
expresarme más tus deseos. Mas dime: ¿por qué causa no temes descender
al fondo de este centro desde lo alto de esos inmensos lugares, adonde
ardes en deseos de volver?" "Puesto que tanto quieres saber, te diré
brevemente, respondióme, por qué no temo venir a este abismo. Sólo
deben temerse las cosas que pueden redundar en perjuicio de otros;
pero no aquellas que no inspiran este temor. Por la merced de Dios,
estoy hecha de tal suerte, que no me alcanzan vuestras miserias, ni
puede prender en mí la llama de este incendio. Hay en el Cielo una dama
gentil,[2] que se conduele del obstáculo opuesto al que te envío, y
que mitiga el duro juicio de la justicia divina. Ella se ha dirigido a
Lucía[3] con sus ruegos, y le ha dicho: "Tu fiel amigo tiene necesidad
de ti, y te lo recomiendo." Lucía, enemiga de todo corazón cruel, se ha
conmovido e ido al lugar donde yo me encontraba, sentada al lado de la
antigua Raquel. Y me ha dicho: "Beatriz, verdadera alabanza de Dios,
¿no socorres a aquél que te amó tanto, y que por ti salió de la vulgar
esfera? ¿No oyes su queja conmovedora? ¿No ves la muerte contra quien
combate sobre ese río, más formidable que el mismo mar?" En el mundo no
ha habido jamás una persona más pronta en correr hacia un beneficio ni
en huír de un peligro, que yo, en cuanto oí tales palabras. Descendí
desde mi dichoso puesto, fiándome en esa elocuente palabra que te
honra, y que honra a cuantos la han oído." Después de haberme hablado
de este modo, volvió llorando hacia mí sus ojos brillantes, con lo que
me hizo partir más presuroso. Y me he dirigido a ti tal como ha sido
su voluntad, y te he preservado de aquella fiera que te cerraba el
camino más corto de la hermosa montaña. Pero ¿qué tienes?, ¿por qué te
suspendes?, ¿por qué abrigas tanta cobardía en tu corazón?, ¿por qué no
tienes atrevimiento ni valor, cuando tres mujeres benditas cuidan de ti
en la corte celestial, y mis palabras te prometen tanto bien?
[2] La clemencia divina.
[3] La gracia divina, o más bien, la gracia que ilumina.
Y así como las florecillas, inclinadas y cerradas por la escarcha, se
abren erguidas en cuanto el Sol las ilumina, así creció mi abatido
ánimo, e inundó tal aliento mi corazón, que exclamé como un hombre
decidido:
--¡Oh! ¡Cuán piadosa es la que me ha socorrido! ¡Y tú, alma
bienhechora, que has obedecido con tal prontitud las palabras de verdad
que ella te ha dicho! Con las tuyas has preparado mi corazón de tal
suerte, y le has comunicado tanto deseo de emprender el gran viaje, que
vuelvo a abrigar mi primer propósito. Vé, pues; que una sola voluntad
nos dirija: tú eres mi guía, mi señor, mi maestro.
Así le dije, y en cuanto echó a andar, entré por el camino profundo y
salvaje.
[Ilustración]
_CANTO TERCERO_
"Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor;
por mi se va hacia la raza condenada: la justicia animó a mi sublime
arquitecto; me hizo la divina potestad, la suprema sabiduría y el
primer amor. Antes que yo no hubo nada creado, a excepción de lo
eterno, y yo duro eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad
toda esperanza!"
Vi escritas estas palabras con caracteres negros en el dintel de una
puerta, por lo cual exclamé:
--Maestro, el sentido de estas palabras me causa pena.
Y él, como hombre lleno de prudencia, me contestó:
--Conviene abandonar aquí todo temor; conviene que aquí termine toda
cobardía. Hemos llegado al lugar donde te he dicho que verías a la
dolorida gente, que ha perdido el bien de la inteligencia.
Y después de haber puesto su mano en la mía con rostro alegre, que me
reanimó, me introdujo en medio de las cosas secretas. Allí, bajo un
cielo sin estrellas, resonaban suspiros, quejas y profundos gemidos,
de suerte que al escucharlos comencé a llorar. Diversas lenguas,
horribles blasfemias, palabras de dolor, acentos de ira, voces altas y
roncas, acompañadas de palmadas, producían un tumulto que va rodando
siempre por aquel espacio eternamente obscuro, como la arena impelida
por un torbellino. Yo, que estaba horrorizado, dije:
--Maestro, ¿qué es lo que oigo, y qué gente es ésa, que parece
doblegada por el dolor?
Me respondió:
--Esta miserable suerte está reservada a las tristes almas de aquellos
que vivieron sin merecer alabanzas ni vituperio: están confundidas
entre el perverso coro de los ángeles que no fueron rebeldes ni fieles
a Dios, sino que sólo vivieron para sí. El Cielo los lanzó de su
seno por no ser menos hermoso; pero el profundo Infierno no quiere
recibirlos por la gloria que con ello podrían reportar los demás
culpables.
Y yo repuse:
--Maestro, ¿qué cruel dolor les hace lamentarse tanto?
A lo que me contestó:
--Te lo diré brevemente. Estos no esperan morir; y su ceguedad es
tanta, que se muestran envidiosos de cualquier otra suerte. El mundo
no conserva ningún recuerdo suyo; la misericordia y la justicia los
desdeñan: no hablemos más de ellos, míralos y pasa adelante.
Y yo, fijándome más, vi una bandera que iba ondeando tan de prisa, que
parecía desdeñosa del menor reposo: tras ella venía tanta muchedumbre,
que no hubiera creído que la muerte destruyera tan gran número.
Después de haber reconocido a algunos, miré más fijamente, y vi la
sombra de aquel que por cobardía hizo la gran renuncia[4]. Comprendí
inmediatamente y adquirí la certeza de que aquella turba era la de los
ruines que se hicieron desagradables a los ojos de Dios y a los de
sus enemigos. Aquellos desgraciados, que no vivieron nunca, estaban
desnudos, y eran molestados sin tregua por las picaduras de las moscas
y de las avispas que allí había; las cuales hacían correr por su rostro
la sangre, que mezclada con sus lágrimas, era recogida a sus pies por
asquerosos gusanos.
[4] Según algunos comentadores, éste debe ser Esaú, que
renunció a su derecho de primogenitura; según otros,
Diocleciano, que abdicó el imperio; según Venturini, el papa
Celestino V, y otros creen que el que hizo la gran renuncia es
Pilatos.
Habiendo dirigido mis miradas a otra parte, vi nuevas almas a la orilla
de un gran río, por lo cual, dije:
--Maestro, dígnate manifestarme quiénes son y por qué ley parecen ésos
tan prontos a atravesar el río, según puedo ver a favor de esta débil
claridad.
Y él me respondió:
--Te lo diré cuando pongamos nuestros pies sobre la triste orilla del
Aqueronte.
Entonces, avergonzado y con los ojos bajos, temiendo que le disgustasen
mis preguntas, me abstuve de hablar hasta que llegamos al río. En
aquel momento vimos un anciano cubierto de canas, que se dirigía
hacia nosotros en una barquichuela, gritando: "¡Ay de vosotras, almas
perversas! No esperéis ver nunca el Cielo. Vengo para conduciros a la
otra orilla, donde reinan eternas tinieblas, en medio del calor y del
frío. Y tú, alma viva, que estás aquí, aléjate de entre esas que están
muertas." Pero cuando vió que yo no me movía, dijo: "Llegarás a la
playa por otra orilla, por otro puerto, mas no por aquí: para llevarte
se necesita una barca más ligera."
Y mi guía le dijo:
--Carón, no te irrites. Así se ha dispuesto allí donde se puede todo lo
que se quiere; y no preguntes más.
Entonces se aquietaron las velludas mejillas del barquero de las
lívidas lagunas, que tenía círculos de llamas alrededor de sus ojos.
Pero aquellas almas, que estaban desnudas y fatigadas, no bien oyeron
tan terribles palabras, cambiaron de color, rechinando los dientes,
blasfemando de Dios, de sus padres, de la especie humana, del sitio y
del día de su nacimiento, de la prole de su prole y de su descendencia:
después se retiraron todas juntas, llorando fuertemente, hacia la
orilla maldita en donde se espera a todo aquel que no teme a Dios.
El demonio Carón, con ojos de ascuas, haciendo una señal, las fué
reuniendo, golpeando con su remo a las que se rezagaban; y así como
en otoño van cayendo las hojas una tras otra, hasta que las ramas han
devuelto a la tierra todos sus despojos, del mismo modo los malvados
hijos de Adán se lanzaban uno a uno desde la orilla, a aquella señal,
como pájaros que acuden al reclamo. De esta suerte se fueron alejando
por las negras ondas; pero antes de que hubieran saltado en la orilla
opuesta, se reunió otra nueva muchedumbre en la que aquéllas habían
dejado.
--Hijo mío--me dijo el cortés Maestro--, los que mueren en la cólera
de Dios acuden aquí de todos los países, y se apresuran a atravesar
el río, espoleados de tal suerte por la justicia divina, que su temor
se convierte en deseo. Por aquí no pasa nunca un alma pura; por lo
cual, si Carón se irrita contra ti, ya conoces ahora el motivo de sus
desdeñosas palabras.
Apenas hubo terminado, tembló tan fuertemente la sombría campiña,
que el recuerdo del espanto que sentí aún me inunda la frente de
sudor. De aquella tierra de lágrimas salió un viento que produjo
rojizos relámpagos, haciéndome perder el sentido y caer como un hombre
sorprendido por el sueño.
[Ilustración]
[Ilustración]
_CANTO CUARTO_
Interrumpió mi profundo sueño un trueno tan fuerte, que me estremecí
como hombre a quien se despierta a la fuerza: me levanté, y dirigiendo
una mirada en derredor mío, fijé la vista para reconocer el lugar donde
me hallaba. Vime junto al borde del triste valle, abismo de dolor, en
que resuenan infinitos ayes, semejantes a truenos. El abismo era tan
profundo, obscuro y nebuloso, que en vano fijaba mis ojos en su fondo,
pues no distinguía cosa alguna.
--Ahora descendamos allá abajo, al tenebroso mundo--me dijo el poeta
muy pálido--: yo iré el primero; tú el segundo.
Yo, que había advertido su palidez, le respondí:
--¿Cómo he de ir yo, si tú, que sueles desvanecer mis incertidumbres,
te atemorizas?
Y él repuso:
--La angustia de los desgraciados que están ahí bajo, refleja en mi
rostro una piedad que tú tomas por terror. Vamos, pues; que la longitud
del camino exige que nos apresuremos.
Y sin decir más, penetró y me hizo entrar en el primer círculo que
rodea el abismo. Allí, según pude advertir, no se oían quejas, sino
sólo suspiros, que hacían temblar la eterna bóveda, y que procedían
de la pena sin tormento de una inmensa multitud de hombres, mujeres y
niños. El buen Maestro me dijo:
--¿No me preguntas qué espíritus son los que estamos viendo? Quiero,
pues, que sepas, antes de seguir adelante, que éstos no pecaron; y
si contrajeron en su vida algunos méritos, no es bastante, pues no
recibieron el agua del bautismo, que es la puerta de la Fe que forma
tu creencia. Y si vivieron antes del cristianismo, no adoraron a Dios
como debían: yo también soy uno de ellos. Por tal falta, y no por otra
culpa, estamos condenados, consistiendo nuestra pena en vivir con el
deseo sin esperanza.
Un gran dolor afligió mi corazón cuando oí esto, porque conocí personas
de mucho valor que estaban suspensas en el Limbo.
--Dime, Maestro y señor mío--le pregunté para afirmarme más en esta
Fe que triunfa de todo error;--¿alguna de esas almas ha podido, bien
por sus méritos o por los de otros, salir del Limbo y alcanzar la
bienaventuranza?
Y él, que comprendió mis palabras encubiertas y obscuras, repuso:
--Yo era recién llegado a este sitio, cuando vi venir a un Sér
poderoso, coronado con la señal de la victoria. Hizo salir de aquí
el alma del primer padre, y la de Abel su hijo, y la de Noé; la del
legislador Moisés, tan obediente; la del patriarca Abraham, y la del
rey David; a Israel, con su padre y con sus hijos, y a Raquel por
quien aquél hizo tanto,[5] y a otros muchos, a quienes otorgó la
bienaventuranza; pues debes saber que, antes de ellos, no se salvaban
las almas humanas.
[5] Se refiere a Jacobo o Israel, que por casarse con Raquel
sirvió al padre de ella catorce años.
Mientras así hablaba, no dejábamos de andar; pero seguíamos atravesando
siempre la selva, esto es, la selva que formaban los espíritus
apiñados. Aun no estábamos muy lejos de la entrada del abismo, cuando
vi un resplandor que triunfaba del hemisferio de las tinieblas: nos
encontrábamos todavía a bastante distancia, pero no a tanta que no
pudiera yo distinguir que aquel sitio estaba ocupado por personas
dignas.
--Oh tú, que honras toda ciencia y todo arte, ¿quiénes son ésos, cuyo
valimiento debe ser tanto, que así están separados de los demás?
Y él a mí:
--La hermosa fama que aún se conserva de ellos en el mundo que habitas,
les hace acreedores a esta gracia del cielo, que de tal suerte los
distingue.
Entonces oí una voz que decía: "¡Honrad al sublime poeta; regresa
su sombra, que se había separado de nosotros!" Cuando calló la voz,
vi venir a nuestro encuentro cuatro grandes sombras, cuyo rostro no
manifestaba tristeza ni alegría. El buen maestro empezó a decirme:
--Mira aquel que tiene una espada en la mano, y viene a la cabeza de
los tres como su señor. Ese es Homero, poeta soberano: el otro es el
satírico Horacio, Ovidio es el tercero y el último Lucano. Cada cual
merece, como yo, el nombre que antes pronunciaron unánimes; me honran y
hacen bien.
De este modo vi reunida la hermosa escuela de aquel príncipe del
sublime cántico, que vuela como el águila sobre todos los demás.
Después de haber estado conversando entre sí un rato, se volvieron
hacia mí dirigiéndome un amistoso saludo, que hizo sonreír a mi
Maestro; y me honraron aún más, puesto que me admitieron en su
compañía, de suerte que fuí el sexto entre aquellos grandes genios.
Así seguimos hasta donde estaba la luz, hablando de cosas que es
bueno callar, como bueno era hablar de ellas en el sitio en que nos
encontrábamos. Llegamos al pie de un noble castillo, rodeado siete
veces de altas murallas, y defendido alrededor por un bello riachuelo.
Pasamos sobre éste como sobre tierra firme; y atravesando siete puertas
con aquellos sabios, llegamos a un prado de fresca verdura. Allí había
personajes de mirada tranquila y grave, cuyo semblante revelaba una
grande autoridad: hablaban poco y con voz suave. Nos retiramos luego
hacia un extremo de la pradera; a un sitio despejado, alto y luminoso,
desde donde podían verse todas aquellas almas. Allí, en pie sobre
el verde esmalte, me fueron señalados los grandes espíritus, cuya
contemplación me hizo estremecer de alegría. Allí vi a Electra con
muchos de sus compañeros, entre los que conocí a Héctor y a Eneas;
después a César, armado, con sus ojos de ave de rapiña. Vi en otra
parte a Camila y a Pentesilea, y vi al Rey Latino, que estaba sentado
al lado de su hija Lavinia; vi a aquel Bruto, que arrojó a Tarquino de
Roma; a Lucrecia también, a Julia, a Marcia y a Cornelia, y a Saladino,
que estaba solo y separado de los demás. Habiendo levantado después la
vista, vi al maestro de los que saben,[6] sentado entre su filosófica
familia. Todos le admiran, todos le honran: vi además a Sócrates y
Platón, que estaban más próximos a aquél que los demás; a Demócrito,
que pretende que el mundo ha tenido por origen la casualidad; a
Diógenes, a Anaxágoras y a Tales, a Empédocles, a Heráclito y a Zenón:
vi al buen observador de la cualidad, es decir, a Dioscórides, y vi a
Orfeo, a Tulio y a Lino, y al moralista Séneca; al geómetra Euclides, a
Tolomeo, Hipócrates, Avicena y Galeno, y a Averroes, que hizo el gran
comentario. No me es posible mencionarlos a todos, porque me arrastra
el largo tema que he de seguir y muchas veces las palabras son breves
para el asunto. Bien pronto la compañía de seis queda reducida a dos:
mi sabio guía me conduce por otro camino fuera de aquella inmovilidad
hacia una aura temblorosa, y llego a un punto privado totalmente de luz.
[6] El filósofo Aristóteles.
[Ilustración]
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_CANTO QUINTO_
Así descendí del primer círculo al segundo, que contiene menos espacio,
pero mucho más dolor, y dolor punzante, que origina desgarradores
gritos. Allí estaba el horrible Minos que, rechinando los dientes,
examina las culpas de los que entran; juzga y da a comprender sus
órdenes por medio de las vueltas de su cola. Es decir, que cuando se
presenta ante él un alma pecadora, y le confiesa todas sus culpas,
aquel gran conocedor de los pecados ve qué lugar del infierno debe
ocupar y se lo designa, ciñéndose al cuerpo la cola tantas veces
cuantas sea el número del círculo a que debe ser enviada. Ante él están
siempre muchas almas, acudiendo por turno para ser juzgadas; hablan y
escuchan, y después son arrojadas al abismo.
--¡Oh, tú, que vienes a la mansión del dolor!--me gritó Minos cuando
me vió, suspendiendo sus terribles funciones--; mira cómo entras y de
quién te fías: no te alucine lo anchuroso de la entrada.
Entonces mi guía le preguntó:
--¿Por qué gritas? No te opongas a su viaje ordenado por el destino:
así lo han dispuesto allí donde se puede lo que se quiere; y no
preguntes más.
Empezaron a dejarse oír voces plañideras: y llegué a un sitio donde
hirieron mis oídos grandes lamentos. Entrábamos en un lugar que carecía
de luz, y que rugía como el mar tempestuoso cuando está combatido
por vientos contrarios. La tromba infernal, que no se detiene nunca,
envuelve en su torbellino a los espíritus; les hace dar vueltas
continuamente, y les agita y les molesta: cuando se encuentran ante la
ruinosa valla que los encierra, allí son los gritos, los llantos y los
lamentos, y las blasfemias contra la virtud divina. Supe que estaban
condenados a semejante tormento los pecadores carnales que sometieron
la razón a sus lascivos apetitos; y así como los estorninos vuelan en
grandes y compactas bandadas en la estación de los fríos, así aquel
torbellino arrastra a los espíritus malvados llevándolos de acá para
allá, de arriba abajo, sin que abriguen nunca la esperanza de tener
un momento de reposo, ni de que su pena se aminore. Y del mismo modo
que las grullas van lanzando sus tristes acentos, formando todas una
prolongada hilera en el aire, así también vi venir, exhalando gemidos,
a las sombras arrastradas por aquella tromba. Por lo cual pregunté:
--Maestro, ¿qué almas son ésas a quienes de tal suerte castiga ese aire
negro?
--La primera de ésas, de quienes deseas noticias--me dijo entonces--,
fué emperatriz de una multitud de pueblos donde se hablaban diferentes
lenguas, y tan dada al vicio de la lujuria, que permitió en sus leyes
todo lo que excitaba el placer, para ocultar de este modo la abyección
en que vivía. Es Semíramis, de quien se lee que sucedió a Nino y fué
su esposa y reinó en la tierra en donde impera el Sultán. La otra es
la que se mató por amor y quebrantó la fe prometida a las cenizas de
Siqueo. Después sigue la lasciva Cleopatra. Ve también a Helena, que
dió lugar a tan funestos tiempos; y ve al gran Aquiles, que al fin tuvo
que combatir por el amor. Ve a París y a Tristán....
Y a más de mil sombras me fué enseñando y designando con el dedo, a
quienes Amor había hecho salir de esta vida. Cuando oí a mi sabio
nombrar las antiguas damas y los caballeros, me sentí dominado por la
piedad y quedé como aturdido. Empecé a decir:
--Poeta, quisiera hablar a aquellas dos almas que van juntas y parecen
más ligeras que las otras impelidas por el viento.
Y él me contestó:
--Espera que estén más cerca de nosotros: y entonces ruégales, por el
amor que las conduce, que se dirijan hacia ti.
Tan pronto como el viento las impulsó hacia nosotros, alcé la voz