Colonos, canales y presos. Poblados de colonización y colonias penitenciarias en la España verde de Franco.
Uno de los episodios más relevantes entre los procesos operados sobre el territorio peninsular durante el siglo XX fue la llamada Colonización Interior. Descendiente de las tesis regeneracionistas de final de siglo e inspirada en procesos análogos desarrollados en Italia, Alemania o Israel, esta transformación productiva del territorio dirigida por el Instituto Nacional de Colonización (INC) entre 1939 y 1973 significó fundamentalmente la preparación para el cultivo y puesta en regadío de vastas extensiones de terreno a lo largo y ancho del Estado.
La necesidad de mano de obra para las tierras puestas en producción implicó la construcción de un gran número de nuevos pueblos, los llamados poblados de colonización. Dispuestos en redes de pequeños núcleos urbanos sitas en el interior de las zonas regables, estos asentamientos fueron ensalzados por la propaganda de la dictadura como manifestación de una supuesta reordenación social de la tierra vinculada a la reforma agraria. Pese a sus innovadores trazados urbanos, diseñados por los principales arquitectos del momento, la gran mayoría de estudios y revisiones históricas coinciden en la crítica de esta política colonizadora: los colonos pasaron a ser la mano de obra barata y vigilada del intento franquista de intensificación agrícola, próximo en todo momento a los intereses latifundistas y a las redes clientelares del régimen.
Esta colonización por otro lado no pudo tener lugar sin la política paralela de desarrollo de infraestructuras hidráulicas. La puesta en regadío implicó la construcción de embalses y la excavación de grandes canales y redes de acequias. En un Estado pauperizado tras la guerra y aislado internacionalmente, estas obras necesitaron emplear a prisioneros de guerra y otros reclusos en lo que ha sido llamado el trabajo esclavo durante el franquismo. Mediante el programa de Redención de Penas por el Trabajo, toda una platforma de batallones de trabajadores, destacamentos penales y colonias penitenciarias fue puesta al servicio -entre otros- del INC y las empresas constructoras del momento.
Poblados de colonización y colonias penitenciarias aparecen en consecuencia como la cara visible y la invisible de un mismo proceso de explotación de recursos humanos y naturales que transformó la geografía hídrica y agraria del Estado. A finales de los años 50, ambos programas pasaron a ser duramente criticados por instituciones internacionales. El uso de reclusos como fuerza de trabajo terminó en 1962 y, una década después, la actividad del INC cesó completamente. La liberalización del campo reemplazó paulatimante al Estado intervencionista y totalitario, y con ella se abrió paso la gran industria agroalimentaria. A su encuentro, un territorio ya reformado, con infraestructuras y suelos acondicionados, dispuesto como una extensa memoria material de un pasado de colonización y trabajo esclavo.